La ONU ha declarado el 2019 como el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, lo que hace que sea el momento perfecto para celebrar los muchos nombres que se le han dado al preparado conocido internacionalmente con el nombre de ayahuasca.
Los indígenas del Putumayo han estado tomando ayahuasca durante generaciones pero «ayahuasca» no significa nada para ellos. La palabra transmitida por los ancianos en esta región es «yagé». Una distinción que va más allá del lenguaje, pero también se dirige al núcleo de su tradición.
En un principio esta distinción puede parecer insignificante pero, como explica la UNESCO, una agencia dentro de las Naciones Unidas, las palabras llevan consigo historias y cuerpos de conocimiento completos. En el caso de la ayahuasca, el yagé o las docenas de nombres que se utilizan para esta elaboración, estas historias son emblemáticas de las diversas y profundamente personales maneras en que las personas de todo el mundo se comprometen con la misma mezcla vegetal.
Por eso las Naciones Unidas han declarado el 2019 como el Año Internacional de las Lenguas Indígenas. Según la ONU estos idiomas están desapareciendo a «una velocidad alarmante». Hay entre 6000 y 7000 idiomas en todo el mundo. El noventa y siete por ciento de la población mundial habla el cuatro por ciento de ellos. La mayoría de las lenguas restantes son habladas por los pueblos indígenas.
Por supuesto, el mundo sería culturalmente un lugar más pobre si se perdieran. Pero, según escribe la UNESCO, también es esencial reconocer que estos idiomas están entrelazados con «sistemas complejos de conocimiento y comunicación» que «deben ser reconocidos como un recurso nacional estratégico para el desarrollo, la construcción de la paz y la reconciliación».
Diversidad de prácticas, diversidad de nombres
Este es claramente el caso de las comunidades que tienen ricas tradiciones de ayahuasca. La planta medicinal forma parte de las prácticas de aproximadamente 100 grupos indígenas en la Amazonía que se extienden por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil y Venezuela, escribe la activista indígena Daiara Tukano en Chacruna. Estas comunidades gestionan la propia selva tropical del Amazonas, que alberga el 10 por ciento de la biodiversidad conocida en el mundo. También, y de forma significativa, sus prácticas sagradas con plantas medicinales son un mecanismo para comunicarse con este ecosistema y fomentar la resiliencia para protegerlo de fuerzas externas. Cada una de estas prácticas es única.
El antropólogo Luis Eduardo Luna, en su tesis Vegetalismo, enumera 42 nombres para la elaboración de la ayahuasca o la vid de la Banisteriopsis caapi. (No distingue entre las dos). Solo en Brasil, el preparado se conoce como uni, nixi pãe, caapi y camarampi, entre otros nombres. El etnólogo Frederick Bois-Mariage, PhD, en su blog de ayahuasca, también enumera 19 nombres solo para la cepa B. caapi de Panamá, Colombia, Perú, Ecuador, Brasil, Bolivia y Venezuela.
La palabra “ayahuasca” viene del quechua, un idioma que, según Bois-Mariage, era el idioma oficial del Imperio Inca y todavía se habla en varios dialectos, principalmente en Perú, Ecuador y Bolivia. Viene de la palabra «huasca» o «waska» que, según Bois-Mariage y mayoritariamente, significa «cuerda».
La «Aya», sin embargo, es interpretada por algunos eruditos como una referencia a la muerte e interpretada por otros como una referencia al espíritu. Este pequeño desacuerdo, en sí mismo, proporciona un vistazo a las grandes implicaciones que la etimología puede tener para nuestra comprensión de una planta y su significado en diferentes comunidades.
La importancia de respetar las diversas prácticas de ayahuasca será un tema central en la World Ayahuasca Conference de esta primavera, donde diversos participantes explorarán cómo pueden comunicar sus diferencias y puntos en común para formar alianzas que apoyen la protección de este tesoro cultural en toda su diversidad.